la compresión de nuestra sociedad se posibilita mediante sus “límites”, “rechazos”, “negaciones” o “exclusiones”, mediante una aproximación que se apoya menos en la idealidad de los hechos y más en su materialidad, menos en las épocas grandes de los acontecimientos de la historia.
Foucault parte su análisis de los discursos (de las cosas dichas), del modo en que se
forman, existen, se modifican o desaparecen en relación con la época en que se
producen.
La prisión, en palabras de Foucault era concebida mediante los textos del
siglo XIX como “medio general de castigar, cuando no era eso en absoluto lo que se
pensaba en el siglo XVIII
Una percepción que no era “la manera de ver de un sujeto”, sino la de una época cuyos tipos de discursos, portadores de poder-saber posibilitaron la emergencia de modos de ver y hablar, así como de oír un objeto específico.
Su investigación nos ofrece una experiencia que “no es ni verdadera ni falsa: es
siempre una ficción, algo construido, que existe sólo después que se ha vivido, no antes; no es algo «real», sino algo que ha sido realidad”
“Pensar es, en principio, ver y hablar, pero a condición de que el ojo no se quede en las cosas y se eleve hasta las “visibilidades”, a condición de que el lenguaje no se quede en las palabras o en las frases y alcance los enunciados. Es el pensamiento como archivo”, o el pensamiento como saber.
La búsqueda personal de Foucault se dirige hacia las condiciones de existencia de los discursos, de estos juegos de la verdad en que el poder atraviesa el campo del saber
En su obra, las ciencias humanas y sociales, representan la idea de una nueva forma de saber sobre el hombre, pero también la de un poder. De un poder que no es negativo, que no sólo ‘reprime’ o ‘excluye’, sino al contrario, de un poder positivo, de un poder
que produce saber.
El ejercicio del poder crea perpetuamente saber e inversamente, el saber conlleva efectos de poder”